Cuando se habla del legado musical afroamericano en Estados Unidos, pocos lugares resuenan con tanta fuerza y profundidad como el South Side de Chicago. Este sector de la ciudad no solo fue un epicentro del desarrollo del jazz, sino también un crisol de creatividad y resistencia donde la música se convirtió en lenguaje de identidad, orgullo y transformación social.
Raíces migrantes y el sonido del cambio
A comienzos del siglo XX, el South Side de Chicago experimentó una transformación radical impulsada por la Gran Migración. Entre 1916 y 1970, millones de afroamericanos se desplazaron desde el sur rural de Estados Unidos hacia el norte industrial en busca de mejores oportunidades y libertad frente a la segregación racial. Chicago, y en particular su lado sur, se convirtió en un destino crucial.
Con ellos viajaban también sus expresiones culturales: el blues del Delta del Mississippi, los cánticos espirituales, las raíces del gospel y, por supuesto, los primeros brotes del jazz. En este nuevo entorno urbano e industrial, estas tradiciones comenzaron a mezclarse, reinventarse y evolucionar, dando forma a un sonido distintivo que marcaría generaciones.
Aunque Nueva Orleans es considerada la cuna original del jazz, fue en Chicago donde el género encontró una nueva vida. El Chicago Jazz, más estructurado y melódico que su contraparte sureña, se desarrolló en los clubes y salones del South Side durante los años 20 y 30.
La ciudad recibió a figuras fundamentales como Louis Armstrong, quien llegó en 1922 para unirse a la Creole Jazz Band de King Oliver. Armstrong se estableció en el South Side, y su virtuosismo revolucionó el jazz con un enfoque solista que inspiró a generaciones de músicos.
Otro punto crucial fue el famoso Lincoln Gardens, un club situado en el corazón del South Side que acogió a muchas de las bandas pioneras del jazz. En este ambiente fértil, surgieron también artistas como Earl Hines, Jimmie Noone y Johnny Dodds, cuyas innovaciones técnicas y estilísticas sentaron las bases del jazz moderno.
Durante las décadas de 1930 y 1940, el South Side fue testigo de una eclosión musical sin precedentes. Los clubes nocturnos se multiplicaron, convirtiéndose en centros culturales donde la comunidad negra podía expresarse libremente. Lugares como el Club DeLisa, el Savoy Ballroom y el Rhumboogie Café no eran solo espacios de entretenimiento, sino también santuarios de libertad en una ciudad marcada por la segregación.
Este periodo vio el surgimiento de nuevas voces y estilos. El jazz bebop y más tarde el hard bop florecieron gracias al talento de músicos como Gene Ammons, Von Freeman y Sun Ra, quienes encontraron en el South Side un entorno propicio para experimentar.
Además, Chicago se convirtió en un centro discográfico importante con sellos como Paramount, Chess Records y Vee-Jay, que grabaron no solo jazz, sino también blues, soul y R&B. Estas compañías, muchas de ellas gestionadas por empresarios afroamericanos, jugaron un papel crucial en la difusión de la música negra más allá de los límites del South Side.
El impacto musical del South Side no se detuvo con el jazz. A partir de los años 60 y 70, el barrio fue cuna de un soul profundo y comprometido, con artistas como Curtis Mayfield, cuyas letras entrelazaban espiritualidad, lucha por los derechos civiles y conciencia social.
En las décadas posteriores, el South Side también daría lugar al surgimiento de movimientos de hip hop, house y spoken word, continuando una tradición de expresión cultural que nunca ha dejado de reinventarse. La música negra en Chicago, como su gente, ha sido una fuerza de resistencia frente a la marginación, la pobreza y la violencia sistémica.
El legado vivo
Hoy, caminar por el South Side es transitar por un territorio sagrado de la música afroamericana. Aunque muchos clubes históricos han desaparecido, la memoria sigue viva en espacios como el DuSable Museum of African American History, los murales de los barrios, las jam sessions en centros culturales y el constante latido de los nuevos artistas locales.
El South Side de Chicago no solo forjó un sonido; forjó una voz. Una voz que ha cantado sobre el dolor, la esperanza, la lucha y la belleza de la experiencia negra en América. Desde los riffs de Louis Armstrong hasta los beats actuales del hip hop, este rincón de la ciudad sigue recordándonos que la música es, a la vez, archivo de memoria y promesa de futuro.
REFERENCIAS:
Un análisis fundamental sobre el desarrollo de la música negra en Estados Unidos, desde las raíces africanas hasta el jazz y el blues urbano.
“Chicago Jazz: A Cultural History, 1904–1930” – William Howland Kenney
El centro del universo del Jazz en el South Side de Chicago, durante la segunda mitad de los años 20, era el Sunset Cafe, de cuyos locales reformados sacaría una buena tajada el Grand Terrace.
Cuando Louis Armstrong tocó allí entre 1926 Y 1927, en la entrada se podía ver un gran cartel lleno de luces en donde se podía leer:
"Louis Armstrong - El más grande trompetista del Mundo"
Del otro lado de la calle, en otro local llamado Plantation, estaba aún tocando King Oliver junto a sus Dixie Sincopators. Johnny Dodds, junto a su hermano batería y a otros músicos llegados de Nueva Orleans, mientras tanto, estaban tocando en el Bert Kelly's Stables, un local que antiguamente era una cuadra de caballos y del que se habían aprovechado los pequeños cuartos todos pintados en negro y con mesas para los clientes. Estos locales, a diferencia de lo que sucedía en otros garitos de la ciudad, no solían vender alcohol, así que había que llevarse la petaca llena de whisky. Eso sí, el local proveía los vasos, el agua y el hielo a un buen precio y con buena cara.
Otros músicos, más o menos profesionales, se podían escuchar en las llamadas rent parties, fiestas organizadas por la comunidad negra con el objeto de recaudar los fondos necesarios para pagar el alquiler del apartamento en donde se hacia la reunión o para ayudar en cualquier tipo de dificultades.
No importaba quien entrase a esas fiestas, siempre que pagara la entrada. No se sabía siquiera quienes eran los dueños de la casa, ni quién preparaba la comida que allí se consumía. Pero había que pagar para entrar y unirse a la fiesta. Se comía, se bebía, se bailaba, se hacía el amor en alguna habitación reservada y se jugaban juegos de azar hasta que amanecía. A veces se proseguía la fiesta durante días y días y a menudo, la música la proporcionaba un pianista, que comía y bebía gratis mientras tocase. A aquel jazz que sonaba en las rent parties terminó por llamársele Boogie Woogie.
Se trataba de una especie de blues a tiempo rápido y en un estilo que estaba de moda desde ya hacía años llegado de Texas y también otras zonas del Sur y del Sudoeste del país.
Algunos lo llamaban Fast Western, el blues rápido que se hacía al Oeste del Mississippi.
Los pianistas tocaban en compás de 12/8, esto es 4 corcheas señaladas, seguida cada una por una semicorchea para cada compás, ejecutando con la mano izquierda una especie de bajo obstinado y con la derecha tocando riffs, frases cortas de dos o cuatro compases llenas de dinamismo que repetían varias veces y que se caracterizaban por frecuentes trémolos y arpegios particulares.
Todo giraba alrededor del piano que había veces que parecía más una batería, como correspondía a las mejores tradiciones de la música afroamericana desde los tiempos del ragtime.
En las rent parties de Chicago no era difícil encontrar al piano a Jimmy Yancey o bien a Albert Ammons y a Meade "Lux" Lewis, que durante el día trabajaban en las cocheras, o también a "Cripple" Clarence Lofton o a "Pinetop" Smith, cuyo tema titulado “Boogie Woogie” obtuvo un gran éxito y puede que esa fuera la razón de que aquel estilo se llamase así.
Algunos de estos músicos fueron redescubiertos una década después en plena era del Swing. Por ejemplo, Ammons y Lewis tuvieron un éxito continuado durante varios años.
También en Harlem, así como en otras comunidades negras de Saint Louis y de la capital, Washington, estas rent parties se convirtieron en algo frecuente y serían mucho más habituales durante los años de la Depresión, después que la peor de las miserias cayera sobre la población de color de todos los Estados Unidos y no solo sobre los blancos.
En las rent parties del barrio de Harlem no se escuchaba Boogie Woogie sino sobre todo el estilo llamado Stride Piano, también llamado Harlem Stride, y que era como otra evolución del ragtime. Dice Langston Hughes:
"Las rent parties en las que tomé parte, y que se realizaban los sábados por la noche, eran a menudo más divertidas que meterte en cualquier local nocturno. Tenían lugar en apartamentos en donde lo de menos era saber quien vivía allí, aunque me da que rara vez era uno de los asistentes. Allí en una esquina estaba el pianista y había veces que también había alguna trompeta y un guitarrista sentado en otra parte de la habitación. Puede que alguien pusiese algo de percusión utilizando algún tambor o lo primero que viese por allí. Allí dentro se podía comprar por pocos centavos unos vasos de aguardiente de contrabando que te quemaba por dentro, un muy buen pescado frito y otras cosas fritas que mejor no saber lo que eran. Allí dentro había baile, canciones alegres y mucha improvisación que continuaba hasta que se hacía de día. Aquellas fiestas a menudo se definían como recepciones o bailes íntimos y se solían anunciar con cartelitos de colores vivos, colgados en las puertas de los ascensores de los pisos. Casi cada sábado por la noche, cuando vivía en Harlem, iba a ellas. A propósito de estas fiestas escribí decenas de poesías y devoré kilos de pescado frito y patas de cerdo, con litros de cerveza o de refresco y mucho hielo. Allí conocí a todo tipo de gente: camareros, camioneros, obreros y limpiabotas, modistas y porteros. Todavía en mis sueños me parece oír sus carcajadas, la música, a veces lenta y suave, a veces frenética y disparatada; aún en sueños siento el temblor del suelo mientras bailaban las parejas."fuente: Javier Morales y García / https://www.eslocotidiano.com/articulo/tachas-256/el-esplendor-del-jazz-ii/20180506035633044991.html
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